lunes, 16 de mayo de 2011

El reloj de Mata me mata

Estuve leyendo una interesante crónica de Felipe González Toledo, periodista amarillo de los años cuarenta. Y digo que era amarillo porque se mantenía lejos del azul conservador y del rojo liberal de la época, conservando lo que para mí William Ospina elogia en el clásico ¿Dónde está la franja amarilla?: el interés objetivo por la democracia y el periodismo objetivo. González Toledo registró en una de sus crónicas a un tinterillo nacido en Boyacá que, entre otras cosas, corría con la suerte de saber cómo hablar y alagar a sus amigos y enemigos: Buenaventura Nepomuceno Matallana, sujeto que me ha tenido cavilando el último mes.

Matallana era astuto, actuaba con sevicia y lo mejor de todo: asesinada a sus propios clientes para quedarse con las propiedades que como abogado les manejaba. Los clientes siempre obedecían a un perfil parecido: gente sola con mucho dinero, con algún faltante emocional y con un bajo autoconcepto. Matallana los acribillaba y los desaparecía bajo las mismas difusas circunstancias, sin contar con que alguien tomaría atenta nota de todo su proceder para luego incriminarlo.

El periodista publicó todo el asunto y por gajes propios de la linotipia, se vería obligado a publicar las aventuras del abogado Matallana en la versión corta de Doctor Mata, pues el apellido no cabía completo en los titulares locales. Doctor Mata sería el Mr. Hyde del abogado Matallana, llevándome a mí a pensar en la siempre factible posibilidad de ser varios en uno mismo, elemento que siempre he creído tengo en mi cabeza.

Cuando era pequeño y replicaba las historias que veía en televisión mientras jugaba, siempre los personajes que encarnaban eran los protagónicos. Nunca fui Robin ni mucho menos Gatúbela, porque siempre era Batman; o era el Chavo del ocho o en su defecto Oliver Atom, porque nunca aprendí a ser segundo ni me resigné a ser el extra o el figurante de la película de alguien más. Tras casi 23 años de haber visto la luz en la Clínica San Ignacio de Bogotá, sigo creyendo lo mismo y cada día me abrazo más a ese pensamiento, que para mucho es leído como egocentrismo u orgullo, pero que para mí es la confirmación de que Dios me trajo a la tierra para hacer algo grande.

Matallana hizo lo que quiso y murió en su ley, fue un gañán local y en medio de su crapulenta mente se tejían planes y tramas tan creíbles que asustaban. No me siento un estafador ni quiero llegar a ser un asesino serial, pero sí creo que para llegar a las grandes ligas hay que aprender lo que Dante Gebel suele repetir hasta la saciedad: Los visionarios nunca seremos comprendidos en el presente, tal vez en el futuro. La verdad, desde que he confrontado mis ideas y pensamientos con la época en que se han producido, siempre me ha costado ajustarme a los cánones actuales.

Repito, no quiero sonar pues a la última coca cola del desierto, o a la última mazorca del Salitre, pero sí hay algo que arde en mí que me ha llevado a ser rechazado por quienes no lo logran comprender.

El fin último de sujetos maliciosos como Matallana es la justicia divina, mi fin visionario me ha llevado a parir ideas precoces que he aprendido a hipotecar hasta que sea el momento adecuado. A veces me pregunto si por ser para muchos un sujeto tipo Matallana, hay un rebaño de lobos que espera verme caer presa de mis propias contradicciones.

Los cristianos suelen definir que algo está fuera de orden con una expresión que todavía no comprendo del todo, que es No es el tiempo de Dios; para mí Dios siempre está en tiempo, de hecho, hemos sido nosotros quienes inventamos el concepto espacio-temporal al que Cortázar tanto criticaba cuando afirmaba que Cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire (...) No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj. Yo por eso uso un reloj regalado por mi papá, que me muestra que el tiempo lo hago yo y que serán mis decisiones las que acerquen o alejen la concreción de mis sueños.

Matallana tal vez no usaba reloj, porque en el fondo sabía que le llegaría su hora. El reloj que me regaló papá me recuerda que el tiempo es oro y que las cosas siempre se dan en su tiempo, que se necesita tiempo para conocerse y que el tiempo está tan presente en nuestras vidas que ya no solo nos da la hora sino también las noticias.

Una vez más, asumo que si para Dios mil años son como un día y viceversa, para mí las cosas durarán lo que tengan que durar y terminarán cuando tengan que terminar, siempre y cuando tenga el reloj biológico sincronizado con el reloj celestial, aquel que nunca se desfasa y que señala que nunca es tarde para darle cuerda o para buscarse algo nuevo, tal cual lo haría Matallana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario