martes, 5 de julio de 2011

René y su gas cuchifó

Seguramente, amados caba-ñeros, estarán enfadados y de malas pulgas por mi incumplimiento contractual: publicar una jugosa, cómica, emotiva o simplemente entrada nueva cada segundo viernes mes vencido. La verdad, desde el sábado en la mañana lo he tenido muy presente, y nadie me creerá esto, pero tenía una idea que no publiqué porque pensé: Puedo obtener más material si vivo unas horas más este sábado, al fin y al cabo tengo varios planes por ejecutar. Dejé el computador solo, lo dejé titilando y apagándose mientras yo terminaba de ponerme la corbata para asistir al grado de un amigo, sin saber que allí encontraría muchas cosas que contar.

El sábado retomé mis días como conductor elegido. Como no bebo licor, siempre he sido el chofer afiebrado al que los compañeros javerianos le sueltan las llaves en algún punto de la velada. La verdad disfruto mucho conducir, porque me acuerda de mis épocas infantiles en la cuales disfrutaba imaginar que la velocidad me hacía más grande. Grande en el sentido de madurez, no precisamente de estatura.

René es el bólido de la familia. Es el carro que mi papá compró cuando vio que la familia se le estaba creciendo y que era hora de empacar a sus tres pequeños hijos en un auto cómodo y familiar. Qué mejor que un Renault 9 blanco para encarnar el sueño de tener vehículo propio para ir a Cafam Melgar, para llevar a los niños al Colegio y hasta para llevarle flores al abuelo en Jardinez de Paz. René ha sido el carro familiar desde que tengo memoria, aquel en el que aprendí el significado de la familia, del amor (paternal, maternal, hermanal, albañal), de un postre de mora derramado en la cojinería ochentera, de las marcas de la cabeza en el techo, de las calcomanías cristianas de Palabritas que confirmaban que Jesús es mi copiloto, de la inteligencia vial contemporánera.

René es el carro para ir a la Iglesia y para hacer mercado. Aunque en las épocas preadolescentes lo usaba para ir con mis amigos a los bares cristianos, ahora es un objeto de respeto y culto: el carro de todos. René siempre, como buen Ávila Rincón, es servicial, un poco mugroso pero muy acogedor con quienes tienen la fortuna de utilizarlo. Mucha gente quiere a René, pero pocos lo desean. Yo sostengo que René es como el cariño verdadero: ni se compra ni se vende. El sábado René se estacionó en el Club Militar mientras yo departía libremente en el agasajo previamente acordado, sin saber que la noche hasta ahora estaba empezando.


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-Buenas noches, ¿Señor?- En tono de pregunta y así como se escucha y lee, el señor Agente de Tránsito no tuvo más remedio que pedirme el documento de identidad para corroborar que no tenía 13 años como él tal vez pensó, ni que mis acompañantes iban alicorados. Al mostrarle mis documentos, el hombre amablemente decidió conversar conmigo del frío clima, de a qué se dedicaba mi amiga (yo le dije que le gustaba cantar) y de algo que no me caería tan bien: faltaba un documento.

-Hermano, si no me muestra ese papel no lo puedo dejar ir, y me toca cargármelo para Los Patios.- La sola mención de ese lugar, que para mí es el infierno de los automóviles, y que es peor de macabro a los estacionamentos tipo Cars 2, me puso a mil. Como no lo tenía y como no había más remedio, tuve que ver cómo el Agente dibujaba una sonrisa en su cara mientras me decía: Miremos a ver cómo arreglamos. Lo dejé sonriendo solo mientras les contaba a mis acompañantes que la noche prometía ser larga y que debíamos aguantar un poco más, porque ni mordidas ni untadas hacían parte de mi léxico.

Si hay algo que ofenda a un Distinguido y Respetable Señor Agente de Tránsito (guiño guiño) es que le digan Chupa, Chúcaro, Polocho y cualquier otra derivación de su oficio. Yo sabía eso, así que no iba a cometer tal perjurio. -¡Pero por qué se lo van a llevar...! ¿Esto no es de parte y ya?- Los enfurecidos ojos del Agente insobornado se encandelillaron y abruptamente me dijo que se llamaba Comparendo, y que por no portar la revisión tecnomecánica no había nada más que hacer. Cerré las puertas y ventanas de René y lo vi irse de cola, porque le tocó compartir grúa (pero a la hora del pago sí cobran como si hubiera sido servicio deluxe y exclusivo). Sellado y amordazado se movía, mientras yo, sellado y amordazado, agarraba un taxi y me aflojaba la corbata.


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El problema del gas. Gas cuchifó. Gas letal producto de una ardua semana de labores. Gas que bautizamos Anilina Roja Pura. Gas cuchifó. Curiosamente, René no sufre por gases de sobra, de esos que se podrían sacar con unas cuantas palmadas en la espalda del bebé: René no tiene gases, no tiene gas, no tiene gá, no es gagá ni Lady Gaga. Gas cuchifó aquel que más de 3000 personas aprendieron a detectar el pasado fin de semana producto del trabajo creativo de bastante tiempo atrás y de bastantes personas detrás.

René secuestrado en el motel para autos llamado Los Patios. Entre sus compañeros de cautiverio estaban los carros de Íngrid Betancur, La Gorda Fabiola y El Cole.


Siempre he creído que los problemas son como las hamburguesas: generalmente vienen en combo. Y este combo, agrandado por si acaso, todavía se está digiriendo, porque los gases no se van así como así. Aquí el chiste salió por la cómoda suma de $421700 moneda corriente, distribuídos en grúas (porque además son dos), cabina amorosa con jacuzzi en Los Patios por tres días inclyendo festivo, y Comparendo con descuento por pronto pago y realización de un curso pedagógico. Este combo no fue del todo doloroso, pues siempre he creído en que las cosas pasan por algo y si pasan tienen un propósito. Lo cierto es que ya René está en casa, inmovilizado, un poco atormentado por lo que tuvo que ver con sus propias luces delanteras pero ya más tranquilo.

A estas alturas muchos pueden estar pensando que René es como un Herbie local, o un Rayo McQueen del siglo pasado, o hasta el Delorean colombiano: lo cierto es que René es ícono, símbolo y hasta índice de mi familia y de nuestra propia vida: Un carro de guerra, ex carcelero, ex motelero, ex melgareño (otro motel de paso) que entre otras cosas ya se ha conectado con más de una grúa colombiana. René y su gas cuchifó me recuerdan que las cosas pudieron ser peor, pero no. Que la vida podría haberse escurrido con prontitud, pero no. Que se puede fracasar de nuevo, pero no. Que todavía hay muchas historias circundantes y como dice el Maestro Salgado: Cuando la realidad deja ver sus colmillos, siempre supera a la ficción. Que viva la vida y la vida real, la que yo mismo protagonizo y siempre escribo de Su mano.

René hooked-up: un Bakamono enganchando con quien no debía. Parecido a su propietario.


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