martes, 2 de agosto de 2011

Muerto en las Canarias

Como diría un animador de bingo bailable en las cataratas de Melgar: Sigamos gozando, sigamos disfrutando. Cuatro palabras que conectadas me llevan a pensar en una positiva frase -lástima que desde que existe Jorge Duque Linares todo lo positivo queda resumido a una actitud ilusa-. Este ha sido el año del falso positivismo en mi vida, y no porque esté jugando a dar de baja personas y a esconder las manos con complicidad, sino porque la muerte ha estado rondando. La Parca, La Huesuda, La Pelona o como se le quiera llamar, ha estado afilando su guadaña plateada ante mi mirada atónica, descabezando a varios de los que profesaban amor y fidelidad absoluta hacia sus ideales, entre esos yo mismito.

Nunca le he tenido miedo a la muerte. Para mí morir no es cobardía -como sí lo es el sucidio-: la muerte es un inexorable fin al que se debe llegar tras haber cumplido determinadas metas. He experimentado distintos tipos de muertes: muerte a la bandera, muerte a un padre, muerte al rey -o jaque mate-, el muerto al hoyo y el vivo al baile, muerte a la música, maldice a Dios y muérete, muerte a los sueños, muerte al amor, muerte al reggae, la muerte del Príncipe Masmelo, muerte al ego, muerte al Lego, muerete-te-te versión Calle 13, entre muchas otras encarnaciones que me dejan ver que todo es finito y siempre tendrá un final.

Como me han llegado noticias del auge de este blog -el único gadget más inoficioso que el buscaminas del PC de Raúl Reyes-, debo empezar por aclararle a las nuevas audiencias que nada que lo que se publica en este lugar es verdad ni debe ser leído en sentido literal. La Fiebre -O sea este remedo de Blog- nació como la perfecta excusa para mantener la cabeza lejos de la esquizofrenia, fue de entrada un ejercicio de muerte al ocio. Ahora, cerca del final de los tiempos -insisto, la Profecía Maya nos espera-, no resta más que sentarse a escribir y seguir creando mientras se espera el deceso.

Este post viene cargado con algo de nostalgia, pues no hace mucho acabo de morir una vez más a algo que amo y siempre amaré: la juventud (divino tesoro). Querido nuevo caba-ñero -así se les llama a los lectores de este engrendo hijo mío-, no se asuste ni de por hecho que lee la bitácora de Luis Alfredo Garavito; sepa usted que desde que tengo memoria he soñado con los medios y la juventud reconciliados y en torno a un ideal certero: Jesús y su causa. Este año también he muerto a eso y aunque no ha sido fácil, sigo pensando que la muerte es la mejor opción para no demandar, para no esperar lo que no me corresponde ni para abrazar la idea de un futuro mejor.

Como podrá ver, Su Excelencia (nadie lo había tratado tan bien hoy, ¿Cierto Caba-ñero?), este es mi lugar y por lo tanto escribo lo que se me da la gana. Aquí no tengo un productor encima pidiéndome libretos corregidos, ni tengo lectores que me censuran, ni mucho menos panelistas que me contradicen. Aquí digo lo que quiero, ¿Pero sabe? estoy preparado para morir a eso también, pues creo que la rendición también es una forma de resistencia y de esta forma adobo el camino para algo mucho más eterno. Eso es lo que busco: la eternidad, la inmortalidad, salir del anonimato y dar la vuelta por el camino del desprestigio para agarrar la curva de la inmortalidad.

Ahora heme aquí: cuando creía que había nacido para hacer comedia me topo con tremendas aseveraciones hasta agónicas. Bueno, finalmente la comedia es tragedia en sentido contrario. Es esta la ocasión perfecta para manifestar mi profunda admiración a Chespirito, al Tano Pasman y a La Tele; y mi repudio eterno hacia Shakira, las mal llamadas Hattas y todo lo que parezca producido en serie pero se las dé de artesanía. Como este escrito parece de muerte lenta -otra vez la muerte al ruedo-, decido enfrentar mi retiro a partir de ahora y morir a todo por trigésima vez mientras espero la Van que me llevará a dar una vuelta por el universo con escala en Islas Canarias, lugar que he decidido conocer temporalmente.

Allí, en el descanso, me dedicaré a seguir el ejemplo de Uribe: a tener una cuenta en Twitter y a cazar peleas con extraños a quienes trato de desautorizar en mi calidad de ex. También dejaré viendo un chispero a los que creían que estaba muerto, porque en realidad ando de parranda dándomelas del rabisalsero y del sibarita cuando en realidad siento que hasta a eso debo morir. Por aquí en La Fiebre, pasa de todo y no pasa nada, así que seguiré siendo aquel vendedor de gaseosas al que nadie toma en serio.

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